lunes, 18 de enero de 2016

Las imprudentes dos de la mañana.

Quién te tiene a ti pierde tesoros.

Si no lo hice es porque me dolería más a mi que a ti, aunque llores, aunque quieras llenar con tus lágrimas este vacío mientras que yo no.

¿El placer satisface tanto cómo para que los remordimientos no existan dentro de mi mañana?
No creo eso que predica tu boca tras besarme, ni que no te gusten mis libros, ni que lo olvides todo cuando dices estar bien. Será mentira pero eso que dices no duele tanto como mi propio dolor, como las heridas que hiciste sin saberlo, como la marca que todavía sigue palpitando sin conciencia, la que nunca tuvimos.

Se lo dije a otros pero ahora no lo sabrás tú: todo lo que vivo es para poder escribirlo después. Y es lo que eres, letras en una página en blanco, tachones, y los disparos que reproduce mi ordenador.

Ahora soy yo la que se arrepiente de no haberte hecho daño. 
La que entiende que un silencio se puede leer y la que te olvidará cuando venga otro distinto a ti.

No seremos dos amantes en Barcelona porque jamás podré amarte. Porque no habrá alguna vez. Ya no existirá la vez en la que duermas pensando en.
No intentaré interpretar tus mapas, ni entenderte, ni saber qué es lo que quieres de esa forma que sólo has utilizado tú.

Me da miedo que me sigan porque yo tampoco sé a donde voy, porque que todos los caminos llevan al amor es otra mentira.

No te miré a los ojos. No te miré de frente. Y está más claro que este cielo que así es imposible que recuerde si no vienes a contármelo tú.

Si yo lloré fue porque pensé que alguien diferente aparecía, no quiero llenarte con lágrimas, sólo vaciarme. No pensé en ti.


Y la prisa es lo que hace que siempre llegue tarde y que nadie me espere.