miércoles, 9 de noviembre de 2016

Algo se ha roto.

Mensaje 240
en el contestador de alguien
que no quiere
contestar.


Me he cortado el pelo con las tijeras de recortar
las cosas que me dan igual
que se rompan,
y ahora está todo más vacío.


Cómo habitar en una jaula sin puerta, en el último hilo de voz de quién se está muriendo.
Como estar pisando las zancadas de un funambulista ebrio en la cuerda.

La soledad se ha quedado a vivir aquí y nadie más la comparte conmigo.
Cierro los ojos y las sombras de las figuras que recordaba se difuminan mientras yo empequeñezco.
Bajo mis pies emana un tsunami y me empapo de lágrimas que al caer por mis mejillas acentúan el llanto y se clavan tan hondo que duele, pero quién lo escucha no lo oye.

Los susurros se han extinguido en un hilo de voz que fue el mío en un día gris. El frío sólo me quita las ganas de vivir pero me aterra que las cosas vuelvan a cambiar mientras no puedo evitarlo.
El ayer es el mañana y no sé qué es peor que eso.

Sigo buscando el amor en el que no creo y me destruye. Olvido cosas mundanas cómo la intensidad a la que río; como cuando fue la última vez que fui capaz de amar.
Todos aquellos que están besando ahora mismo tampoco saben lo que quieren.

Después del túnel ya no queda nada pero no me he perdido porque sigo allí. Después queda la indiferencia y se acaba el miedo porque ya lo sufrí una vez y sé que tras la oscuridad hay vida y es la mía pero a veces pienso que ojalá me hubiera fundido porque es mejor que apagarse lentamente (o eso dicen).

Porque las veces que hablé sólo fueron una llamada perdida a la voz de un contestador al que nadie contesta. Al no haber estado allí ya nadie se acuerda de nosotros.

Lo hago todo mal muy bien y sé cómo hacerlo peor.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Silencio de blanca.

La radio ha muerto pero las voces
siguen sonando dentro de
mi cabeza.



No mostrar nunca lo que somos,
aborrecer al alma en silencio y el amor que me sustentan aquellos que no se sostienen en el suelo.

Ya no me quedan ventanas para saltar, ni ganas de apagar el fuego que incendiaron otros. Debajo de las uñas sólo nos quedan restos del pasado que intentamos enterrar bien hondo pero aún así no nos mantenemos a flote.

Las flores muertas de un cementerio que jamás hemos pisado me recuerdan al color ya apagado de tus ojos y a las palabras mal sonantes que apuñalaban nuestros nombres.

La fragilidad no era negar el contacto del resto, sino que nos acaricien y que no se parezca a un arañazo.

El invierno va a durar lo mismo que mi libro favorito: demasiado poco.

Mátame o abrázame que no encuentro un término medio que no nos duela.
Y así acabó todo, sin saber cómo volver a volver a empezar de nuevo.