jueves, 10 de diciembre de 2015

Y además es imposible.

Curar la herida es incluso peor que abrirla.

Abrir la herida es mejor que ver cada día una cicatriz distinta.

Ver cada día una cicatriz distinta tiene que ser una putísima mierda.


Llevo menos de un día sin dormir y es como si llevase toda la vida. Llevo una herida abierta y es como si llevase las cuencas de los ojos repletas de lágrimas apunto de derramarse. Y llevo mi falta de tacto a juego con mis emociones.

En caso de ser la protagonista de algún accidente doméstico, laboral o infantil, te llamaría segundos antes de estampar el móvil contra la pared sólo para que vinieras a verme morir.

Ver la sangre del otro como si nada y sentirlo todo,
la sangre del resto es eso, sangre del resto
y el pájaro en mano no sabe volar
solo.

Que tú me quieras en este preciso instante en el que no se detiene en el tiempo me viene tan mal como que salga el sol ahora mismo, aunque sea necesario.
La necesidad se puede ir a la mierda porque jamás me querrás como lo necesito: como Cortázar a Pizarnik y como Oliver a Jordana. Ni me escribirás como si fuera tu Chica de Los Planetas, ni saltarás desde tan alto por mi como Melibea.
No me amarás con la ternura de cien padres, ni como el que quiere lo único que posee.
Jamás seré tu Eleanor. Ni la que está harta de gris y se quiere morir súbitamente, como canta Pol.


Tras repetirme las veces que nunca
encuentro las flores en mi piel y
soy todo nervio.

Ser mentira.
Contárselo a otra.
Que no me crea. Y se lo crea.
Que se lo trague. Lo vomite. Y me escupa.
Que ya no me queden dientes.
Que ya no me queda vida,
ni miradas vacías,
ni poemas en blanco.

Y muchísimo menos, ganas de esperarte.
(y además es imposible).

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