viernes, 29 de diciembre de 2017

Perdón, ha sido queriendo.

Monstruos me retorcerán en la noche más temida,
empiezo a probar mi medicina. 



No hablé de la muerte crónica 
porque me daba miedo encontrármela  por el pasillo a la hora de irme sola a la cama.
Sentí la falta que deja la ausencia sólo
en los huesos que alguna vez tuve rotos,
menos mal que el corazón es sólo un músculo que cada vez bombea más despacio
no sorpotaría la idea de que tras veinte años
el día de mi cumpleaños 
me dijeras que llevas los diecinueve que tengo vagabundeando ahí dentro.

Suena una canción cañera que se asemeja más a una bomba atómica en la otra punta del mundo
que a ti
pero pienso en la amistad y
Berlín resurge de sus cenizas para volver a desmoronarse. 

Empecé a creer que se habían existingido todas las cafeterías 
porque no íbamos juntos a beber café, 
no me imaginaba en otro sitio que no fuera de tu mano
en otra parte sin crear el caos.

A veces ignoro lo importante que es decir “lo siento”
pero es que lo siento todo tan dentro que se me vacía la garganta cada vez que intento pronunciar algo
y simultáneamente me salen mentiras
como si en lugar de ser persona fuera chimenea que expulsa humo negro a causa de mi continua indecisión.

Se me amontonan todos los errores debajo de la cama, al lado de las pesadillas en las que sólo soy capaz de conducir derecha hacia el desastre. Los pájaros cantan y se callan lo que no nos atrevemos a escuchar. 

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