He olvidado tu voz, recuerdo que sonaba a disparo.
Se cortó el flequillo cortándose también la frente por la mitad. Siempre fue muy tarde para remediarlo aunque estuviese a tiempo. Desde que se ha dado cuenta de que está muerta nada le duele. Perder la vida sólo le supone tener las costillas llenas de gusanos, y no de tristeza y la boca cerrada por la rabia que le provoca no poder volver a abrirla. Me provoca su enfermedad y me dice que ella es la cura, la padezco clavándome sus muñecas huesudas que me incitan al llanto provocado por su voz que ya no suena, que ya no escucho y golpean las campanas de una iglesia y sale a correr diciéndome que esta vez no llegará tarde, que para ella la suerte es la muerte con una letra cambiada. Y más que gata es una zorra que muere por séptima vez.
Siempre ha sido lo peor de mi.
De repente temo a la muerte y no a perder la vida, como de pequeña me daba miedo la oscuridad porque no sabía lo que escondía.
Ella ya no es Iglesia, sino los barrotes de mi propia jaula.
Precioso. La última frase define el miedo de mi vida.
ResponderEliminarY qué extraño encontrar mi miedo en tus frases.
Puede que temamos lo mismo.
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